Vivía en el patio trasero y barrancoso de mi casa. A escasos metros, más allá, el monte. Y los pantanos, que trincaban camalotes cuando en el Río de la Plata, había creciente.
Pepe Alvaro (sin tilde) lo bauticé. Pepe porque lo encontré con mi primo José, y Alvaro por: Álvaro -un botija rubio que estaba dispuesto a todo con tal de desposarme- (lo veía tan valiente...).
Le llevaba comida, le cantaba y limpiaba con esmero el caminito que lo adentraba en su casa. Con siete años, despuntaba ya, mi astucia femenina. Sabía que detrás de todo sapo, podría esconderse un príncipe.
Pepe Alvaro (sin tilde) lo bauticé. Pepe porque lo encontré con mi primo José, y Alvaro por: Álvaro -un botija rubio que estaba dispuesto a todo con tal de desposarme- (lo veía tan valiente...).
Le llevaba comida, le cantaba y limpiaba con esmero el caminito que lo adentraba en su casa. Con siete años, despuntaba ya, mi astucia femenina. Sabía que detrás de todo sapo, podría esconderse un príncipe.