—¡Sabes que
detesto la comida recalentada! —Gruñó el ingrato— lanzando el plato contra la
caseta de nuestros magníficos rottweilers.
Comencé por
afilar el cuchillo y acabé la noche cortando filetes. Batí huevos, piqué ajo,
perejil y agregué el resto de ingredientes secretos al pan rallado, tal y cómo —otrora—
me lo enseñara la abuela. Rebocé y freí. Tomé un baño, bebí mucho café y salí a
vender.
Hice un buen
dinerillo con las “Milanesas Wonderful”. Se corrió la voz. ¡Hasta Arguiñano
llamó para pedir la receta!
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