La cena se enfriaba en la mesa cuando llegué. El gato, deambulaba desorientado por la habitación en penumbras. Maulló cuando me vio. Tutankamon, aún sujetaba con su imán, la nota en la nevera: “¡Feliz aniversario! Yo cocino, tú emborráchame de felicidad.” Sonreí. Olía a limón y a vainilla. Todo estaba en su sitio, salvo que, Diego, brillaba por su ausencia. —¿A que olvidó el helado de pistacho?— Me asomé al balcón, alertada por las sirenas. De la ambulancia, bajaron una camilla. Entonces lo vi… doblado por la mitad.
—¡Ayuda por favor! ¡Es mi mujer!— Gritaba repetidamente, roto de pena.
—¡Ayuda por favor! ¡Es mi mujer!— Gritaba repetidamente, roto de pena.
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