jueves, 24 de febrero de 2011

Los zapatos celestes

Hace ya tiempo que aquí nadie cree en los milagros, cuando menos en los conjuros. Nibia era la única y no estaba dispuesta a abandonar su máximo deseo. —No quiero perlas ni corales, tan solo deseo amor y unos zapatos de tacón— Cantaba en sus baños matinales. Y en las noches de luna llena, rodeada de blancos nenúfares, se consagraba a místicos rituales. Hasta que una mañana, el joven de los periódicos, la encontró desnuda, en la calle. Tan solo llevaba en los pies, un par de zapatos celestes. La abrigó y la montó en su bicicleta. Ella -por fin- era feliz… Había desaparecido su cola de pez.



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