jueves, 24 de febrero de 2011

Rosas naturales-mujeres artificiales

Llevo quince años vendiendo flores en Cabildo y Correa. He visto muchas cosas, incluso, he escuchado infinidad de historias -pero-ninguna-como-la-del-doctor-Raimúndez-. Vivía en el edificio de cuatro plantas -justo arriba de la veterinaria Dr. Pablo- sobre Correa, en el 3º B. Pasaba todas las mañanas -como un reloj- a las ocho y treinta, pulcro, con el cabello lustroso por la gomina, traje oscuro de corte clásico, zapatos con brillo casi de nácar y con su antiguo maletín de médico rural -confeccionado a mano- de cuero, perfectamente conservado. Una vez me contó que era herencia de su abuelo. Hombre joven, de unos cuarenta y siete, lo curioso, era que siempre hablara del pasado, menos, cuando encargaba el enorme ramo de rosas rosadas -todas las semanas- para su esposa. Nunca la vi, hasta esta mañana… Raimúndez murió de un infarto en la escalera y nadie contestó en su domicilio a la llamada. Más tarde vino la policía y ahí sí, conocí a Miranda. Se la llevaron entre algunas otras pocas pertenencias, ya estaba desinflada.
 
 
 

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